Hambre y sed de piel

La piel es el órgano más grande del cuerpo. Existen 100 receptores del tacto en cada yema de los dedos. En toda la piel hay aproximadamente cuatro millones de receptores para el dolor, 500mil para la presión, 150mil para el frío y 16mil para el calor.

El afecto materno alcanza su máxima expresión durante los íntimos contactos cara a cara entre madre y lactante. La estimulación cutánea, en distintas formas es esencial para el sano desarrollo físico y conductual.

Para la especie humana la caricia es tan importante como lo es el hecho de lamer para otros mamíferos. Si la piel no ha sido estimulada correctamente, el estímulo nervioso periférico tampoco lo está.

El tacto quizás sea el sentido menos tenido en cuenta en nuestra cultura; sociedades como la norteamericana, inglesa o alemana son más bien inhibitorias de la comunicación táctil. Hacia el sur las actitudes cambian y por ejemplo los latinoamericanos, utilizan más el tacto al comunicarse.

El fenómeno “hambre y sed de piel”, es cada vez más estudiado por los investigadores del comportamiento. Se refiere al deseo de ser tocado, o la necesidad profunda de contacto físico. Quien más la sufre son las personas mayores. Son quizás las menos acariciadas de la sociedad. Lamentablemente también en personas jóvenes está sucediendo este fenómeno, creando distanciamiento afectivo. Cuando un niño carece de amor y calor, se produce dolor interno, si ese dolor no se siente y se integra, causará enfermedades físicas y emocionales en su vida adulta. Cuando el individuo no puede acariciar, golpea; cuando no puede hacer el amor, viola; cuando se siente rechazado y no puede comunicarse con los demás, agrede; en suma, cuando no puede amar, hace la guerra.

Al final de los años 70 e inicios de los 80, en Estados Unidos, surgía una epidemia que asustaba a la comunidad médica y el resto de la población. Jóvenes previamente saludables llegaban en decenas a los hospitales con tos, adelgazamiento, diarrea y luego morían. Los equipos médicos no sabían de qué se trataba. De ahí que muchos hospitales se negaran a atender a esos individuos con miedo al contagio, además cada vez más enfermos se acumulaban enfrente a las unidades de salud. Poco tiempo después, fueron surgiendo relatos de esa misma enfermedad en países de todos los continentes. La constatación era innegable: una extraña epidemia había alcanzado al mundo.

Solamente en 1983 – por lo tanto tres años después de los primeros casos norteamericanos – investigadores del Instituto Pasteur, en Francia, identificaron que se trataba de un virus que posteriormente fue llamado Virus de Inmunodeficiencia Humana, cuya sigla es VIH. Durante mucho tiempo los pacientes contaminados por el VIH morían por la ignorancia de la población y la falta de tratamiento. Muchos fueron, incluso, abandonados por sus familias, no tenían condiciones para alimentarse y eran privados de cualquier forma de cuidado o afecto. También sufrían por la falta de conocimiento científico sobre su enfermedad y, por eso, eran excluídos de la asistencia de
salud, pues algunos médicos y enfermeros, por miedo y sin saber cómo ocurría el contagio, se negaban a atenderlos. Los pacientes eran, literalmente, dejados para morir. 

Sin embargo, existía una persona, del otro lado del océano, cuya vida entera fue dedicada al tratamiento de los más excluidos, su misión era el cuidado de aquellos que la sociedad había abandonado, su trabajo era cuidar de leprosos, tuberculosos, huérfanos, entre otros. Esa persona,
que se volvió mundialmente conocida por el nombre de Madre Teresa de Calcuta, al saber de este grupo de excluídos en el llamado Nuevo Mundo, fue a Estados Unidos y ahí fundó la casa Gift of Love (Regalo de amor), en 1985. Era la primera casa de apoyo al paciente con VIH. Mientras todos se apartaban, Madre Teresa osó abrazar a aquellos que padecían esta epidemia aterradora.

Hoy, con la pandemia del COVID19, este fenómeno de distanciamiento y aislamiento de la sociedad, repite el comportamiento en la sociedad, como el que hubo con el VIH; y esta vez no hay nadie que se atreva a abrazar a los más frágiles.

“Hay algo obvio, pero que acabamos obviando precisamente porque es obvio: los seres humanos, para desarrollarnos, necesitamos alimentos, oxígeno y agua, pero sobretodo, necesitamos caricias. William Faulkner, en su novela “las palmeras salvajes”, dice: “entre el dolor y la nada, prefiero el
dolor “.

Deseo de corazón, que esta pandemia no nos convierta en seres que elijamos el dolor por no recibir nada de caricias. Las caricias a su vez alimentan El Espíritu el cual sólo trae buenas noticias. Cuando el Espíritu aletea y se asienta en nuestro interior, nos hace experimentar el consuelo y la esperanza, nos hace levantar los ojos, nos ilumina la mirada, nos permite descubrir que en medio de tantas miserias hay algo sobrenatural que puede cambiar las cosas.

Y no olvidemos que:
“El Alma se limpia con el Perdón, se hidrata con la Oración, se nutre con los Elogios, se protege con la Fé y se tonifica con el Amor”

Dr.Manuel Floyd. MBA
(Mila Cuelliga- Revista nuue)
(Alex Rovira – Amor (Zenith,2019)
(Igor Precinoti- Vanderlei de Lima)

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